Una desilusión y una decepción no son lo mismo, no comparten semejanzas. Podemos decir que ambas y aún en distintas áreas de nuestro sentir, son distintas emociones. Ni se sienten de la misma manera, ni se construyen igual, y hasta creo interpretar su más marcada diferencia: “Las desilusiones son necesarias”, en cambio “Las decepciones no lo son jamás”.
Una desilusión destruye algo posible, que para que sea probable, dependerá de nuestros recursos, acciones, y por sobre todo de nuestro tesón para no abandonarlas. Si tienes una ilusión sabes perfectamente, que es posible que esa ilusión no se concrete, si no están dadas las condiciones, y eres tu mismo el que debe crearlas y sostenerlas. Si llega la desilusión, no te tomará por sorpresa.
En cambio, una decepción es una certeza que se desmorona. Es una realidad “ideal”, deseada y contraída desde tu compromiso para que sea “ tu realidad”, que se rompe, que se destroza. No es que fuera algo posible y probable, sencillamente ERA y de repente no es. Tenías una certeza y no estaba en tu pensamiento la posibilidad de que dejara de ser…y de repente no es. Siempre, la decepción te toma por sorpresa, y suele hacerte caer al vacío, o dejarte sin aire.
Sufrimos una desilusión comúnmente, sobre algo que aún no existía, por eso podemos creer que las ilusiones no se agotan nunca. Tras pasar por una desilusión del tipo que fuere, sin proponernos hacer algo al respecto renacerán ilusiones nuevas, o tal vez y mejor aún, aquellas mismas que se esfumaron pueden ser recuperadas.
Aunque pienses que no volverás a tener una ilusión, te sorprenderás cuando aparezcan otras, “las ilusiones crecen y renacen solas”.
Aunque quieras frenarlas, controlarlas, ignorarlas…..quitarlas de tu mente como quien arranca una maleza de entre las flores de un jardín, volverán a crecer al igual que esas malezas. Las ilusiones llegan y te conquistan.
A diferencia de la decepción que destruye una certeza, actúa como un disparador inevitable de emociones como dolor, angustia, bronca, impotencia, etc. Destruyen certezas y las certezas no crecen solas, si se rompen jamás serán recuperadas ni recompuestas. Construir una certeza, interpretado por certeza, algo que ya existe, que surge de nosotros o de los otros, ya sea por compromiso propio, por haber coordinado acciones con los demás, por concretar promesas, nos exigió dedicación, esfuerzo, amor, y por sobre todo “confianza”.
Aceptar que esto suceda, incluyendo el perdón, nos ayuda a superarlas para no quedarnos en la incapacidad de querer crear nuevas certezas, o más bien, de “creer en nuevas certezas”.Cuanto menos certezas seamos capaces de creer y crear, más decepciones iremos acumulando.
Podemos entonces ver las diferencias….“Las desilusiones son necesarias”, en cambio “Las decepciones no lo son jamás”.
Desilusionarse probablemente genere dolor, ergo, a veces es necesario. Nos deja la posibilidad de acceder a nuevas e incluso mejores ilusiones. En algunos casos, pasados los años vividos desde aquella desilusión, es posible que las recordemos hasta con buen humor, como una anécdota divertida, y nos pare en una persona que, al traerla a nuestra mente, sienta su propio cambio y evolución.
Decepcionarse no es lo mismo. Las decepciones siempre dejan su sabor amargo, y de no “aceptar” duelen por siempre, de no “perdonarnos y perdonar” permanecerán activas de manera permanente. Nos dejan “su anclaje”, su “marca”. Optar por no tocarlas como a la cicatrices para que no duelan, suele ser una opción mientras no las logremos superar. La decepción no permite el recuerdo dulce de ellas, quizás, y siempre desde la grandeza de elegir cerrar etapas, soltar el pasado, no se logre desapegar su anclaje, su marca, sí logremos conseguir que con humor y paz, nos duelan menos al alma.
Una desilusión destruye algo posible, que para que sea probable, dependerá de nuestros recursos, acciones, y por sobre todo de nuestro tesón para no abandonarlas. Si tienes una ilusión sabes perfectamente, que es posible que esa ilusión no se concrete, si no están dadas las condiciones, y eres tu mismo el que debe crearlas y sostenerlas. Si llega la desilusión, no te tomará por sorpresa.
En cambio, una decepción es una certeza que se desmorona. Es una realidad “ideal”, deseada y contraída desde tu compromiso para que sea “ tu realidad”, que se rompe, que se destroza. No es que fuera algo posible y probable, sencillamente ERA y de repente no es. Tenías una certeza y no estaba en tu pensamiento la posibilidad de que dejara de ser…y de repente no es. Siempre, la decepción te toma por sorpresa, y suele hacerte caer al vacío, o dejarte sin aire.
Sufrimos una desilusión comúnmente, sobre algo que aún no existía, por eso podemos creer que las ilusiones no se agotan nunca. Tras pasar por una desilusión del tipo que fuere, sin proponernos hacer algo al respecto renacerán ilusiones nuevas, o tal vez y mejor aún, aquellas mismas que se esfumaron pueden ser recuperadas.
Aunque pienses que no volverás a tener una ilusión, te sorprenderás cuando aparezcan otras, “las ilusiones crecen y renacen solas”.
Aunque quieras frenarlas, controlarlas, ignorarlas…..quitarlas de tu mente como quien arranca una maleza de entre las flores de un jardín, volverán a crecer al igual que esas malezas. Las ilusiones llegan y te conquistan.
A diferencia de la decepción que destruye una certeza, actúa como un disparador inevitable de emociones como dolor, angustia, bronca, impotencia, etc. Destruyen certezas y las certezas no crecen solas, si se rompen jamás serán recuperadas ni recompuestas. Construir una certeza, interpretado por certeza, algo que ya existe, que surge de nosotros o de los otros, ya sea por compromiso propio, por haber coordinado acciones con los demás, por concretar promesas, nos exigió dedicación, esfuerzo, amor, y por sobre todo “confianza”.
Aceptar que esto suceda, incluyendo el perdón, nos ayuda a superarlas para no quedarnos en la incapacidad de querer crear nuevas certezas, o más bien, de “creer en nuevas certezas”.Cuanto menos certezas seamos capaces de creer y crear, más decepciones iremos acumulando.
Podemos entonces ver las diferencias….“Las desilusiones son necesarias”, en cambio “Las decepciones no lo son jamás”.
Desilusionarse probablemente genere dolor, ergo, a veces es necesario. Nos deja la posibilidad de acceder a nuevas e incluso mejores ilusiones. En algunos casos, pasados los años vividos desde aquella desilusión, es posible que las recordemos hasta con buen humor, como una anécdota divertida, y nos pare en una persona que, al traerla a nuestra mente, sienta su propio cambio y evolución.
Decepcionarse no es lo mismo. Las decepciones siempre dejan su sabor amargo, y de no “aceptar” duelen por siempre, de no “perdonarnos y perdonar” permanecerán activas de manera permanente. Nos dejan “su anclaje”, su “marca”. Optar por no tocarlas como a la cicatrices para que no duelan, suele ser una opción mientras no las logremos superar. La decepción no permite el recuerdo dulce de ellas, quizás, y siempre desde la grandeza de elegir cerrar etapas, soltar el pasado, no se logre desapegar su anclaje, su marca, sí logremos conseguir que con humor y paz, nos duelan menos al alma.
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